1 de febrero de 2011

Literatura y música I

Se dice que el acento es el alma de las palabras,
pero también es el alma del verso.
Antonio Quilis

Cada vez que intento explicar algo relativo a la poesía acabo siempre en lo mismo: el ritmo.
Vamos a definir el ritmo como la aparición de una sílaba tónica en intervalos regulares de tiempo. Suena algo tosco, pero a grandes rasgos es así.
Si leemos a Neruda y sus 20 poemas de amor, nos daremos cuenta que sus versos son largos, lentos y armoniosos, marcados por pausas que alargan todavía más la lectura. Es más evidente si escuchamos al propio Neruda leer el poema número 20. No es muy divertido porque, como la mayoría de los poetas, no saben leer sus composiciones, pero sirve perfectamente para darse cuenta cómo está construido el poema y cómo está pensado el ritmo y el tempo (por servirnos de un símil musical).
El problema suele venir cuando queremos cantar un poema. El ritmo de las canciones, a pesar de su lirismo, suele ser más repetitivo y cercano a la rima. Al alejar el final de los versos por un motón de letras, palabras y sílabas, se pierde el tono pegadizo de la mayoría de las composiciones musicales actuales.
Otro problema es la aparición de una suerte de ritmo semántico, la repetición de una idea en sus diferentes formas a lo largo de un poema, a través de la metáfora y de figuras simbólicas, cuestión que voy a aparcar por el momento (espero que haya una segunda parte de Literatura y música).
Sin embargo, es posible articular un poema dentro de lo que solía llamarse "música ligera". Se puede encontrar ese equilibrio entre el ritmo y el sentido igual que si se recitara, y buen ejemplo de ello es la versión que Paco Ibáñez hizo de los 20 poemas de amor. No sólo debe sonar bien o tener cierta musicalidad, debe intentarse respetar el sentido, el alma del verso, como diría Antonio Quilis.



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