Cuando nos alegramos por la
muerte de un hombre, y esto va en serio, algo estamos haciendo mal. Me alegraré
del fin de una guerra. Del fin de miles de muertes. Nada más.
He leído, incansablemente,
durante todo un día, que la muerte de Muamar el Gadafi es una buena noticia; lo
he oído de aquellos que claman contra la pena de muerte en EE.UU., en China y
en otros tantos países; en los medios de comunicación vendían la figura
orgullosa del exdictador que, poco a poco, se iba consumiendo según perdía una
guerra, hasta que, finalmente, claudicaba, humillado, por su propia
prepotencia. No había lástima (no la merecía), pero tampoco calidad humana. Nos
alegramos de la muerte ajena.
No nos equivoquemos, esta guerra
era una guerra como fue la de Irak, con una potencia mundial al frente (EE.UU.),
con un pueblo sometido por la fuerza militar de un dictador (Saddam/Gadafi), y
que sucede sobre un país rico en petróleo. Quizá la ambivalencia con la que
juegan los países europeos se debe a que Libia es uno de los principales
proveedores de petróleo del viejo continente. Antes de la guerra de Irak, Francia
disponía de una posición privilegiada frente a la explotación y compra del
crudo iraquí que temía perder tras un conflicto armado: entonces Europa (a
excepción de España e Inglaterra) dijo NO a la guerra.
Muerte y dinero van de la mano
desde que el hombre es hombre, de eso no hay duda, quizá por eso el precio del
crudo ha bajado el mismo día en que nos alegramos de la muerte del exdictador
libio. Aunque claro, los mercados ya habían contemplado "la captura
inevitable [de Gadafi en las cotizaciones] hace mucho tiempo", o eso dice
Eric Bickel de Summit Energy, por lo que habrá que esperar a mejoras más
notables.
Y no, no puedo alegrarme de que
esos países que tan pronto declaran su apoyo a una guerra, siempre lejos de sus
fronteras, en nombre de la libertad (muy loable), y a favor de la
democratización de tal o cual país, no exijan unos mínimos a los agentes a los
que prestan apoyo. Intervenimos sistemáticamente en otros lugares, en otros
gobiernos, pero no pedimos que se apliquen las leyes internacionales, ni que se
garantice un proceso justo para aquellos que tengan la "suerte" de
sobrevivir, sin ajusticiamientos a sangre fría. No exigimos que se establezca
un estado de derecho desde el primer minuto... En Irak, antes de finalizar la guerra, la
exportación de crudo se había reanudado: Saddam Hussein ni siquiera había sido detenido.
Me pregunto cómo andarán estos detalles en Libia.
Ah, claro, no todo pinta tan mal:
hay un genocida que no podrá hacer daño a nadie. De eso sí me alegro. Y una
banda terrorista ya no matará: una gran noticia.
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